Atender tempranamente a las necesidades de la infancia es el primer paso en el camino a la prevención y a la construcción de una sociedad más evolucionada, más consciente, más sana y más respetuosa con nuestro medioambiente. La familia, la escuela y los pediatras son los primeros en acompañar en el proceso del desarrollo infantil y los primeros en poder detectar las necesidades, carencias y trastornos que se puedan empezar a producir.
Las experiencias vividas en los primeros años de vida y la privación de otras, van a influir en el proceso de desarrollo cerebral y en habilidades cognitivas y psicoemocionales de la persona. Y es que, es en esta etapa cuando la plasticidad cerebral y la neurogénesis (la generación de nuevas neuronas) son más intensas. Así lo ha demostrado ya la neurociencia, que surge con el objetivo de estudiar todo lo relacionado con el sistema nervioso, y sus diferentes especialidades. La complejidad de éste y las diferentes perspectivas en su estudio (estructura, funciones, bioquímica, desarrollo…) han ido derivando en neuroanatomía, neurofisiología, neuropsicología, neurobiología, neurociencia del desarrollo, neuropedagogía, neuropediatría…
Carmen Cavada, catedrática de Anatomía Humana y Neurociencia Universidad Autónoma de Madrid, explica que “la clave del vigor de la Neurociencia actual reside en el enfoque multidisciplinario de todas las preguntas relacionadas con el órgano más complejo, espléndido y admirable de la naturaleza: el sistema nervioso”.
Aunque se siguen descubriendo cada día nuevos datos, dentro de este enfoque multidisciplinar de la neurociencia y con ese objetivo de prevenir y actuar tempranamente, el neurodesarrollo y la inmadurez neuromotora se han tornado en especialmente significativos en las últimas décadas y son la base de numerosas investigaciones en el contexto de las dificultades y trastornos de aprendizaje en la infancia.
En un estudio realizado a un grupo de 415 niños entre 0 y 60 meses, publicado en 2020 por la Revista de Neurología, se concluía que “la detección y la intervención temprana en el neurodesarrollo permiten la mejoría en el 83% de los niños en el ámbito del control de salud desde la prevención”.
El neurodesarrollo es el proceso de creación y maduración de todas y cada una de las estructuras que conforman el sistema nervioso. Es un proceso lento que empieza en la concepción y no cesa hasta la muerte, pero la madurez cerebral requiere toda nuestra infancia y adolescencia hasta más o menos los 20 años.
Los primeros años de vida son cruciales para el desarrollo neuromotor. Cuando nacemos, nuestro control del movimiento es mínimo y es gracias a los llamados reflejos primitivos como reaccionamos ante los diferentes estímulos. Estos reflejos se desarrollan más o menos, hasta primer año de vida y luego se inhiben de forma natural gracias a los propios movimientos que realiza el bebé. Pero si esto no ocurre en el momento adecuado y los reflejos primitivos se mantienen activos hasta los 5 incluso 12 años, se produce la denominada “inmadurez neuromotora” que puede interferir en el equilibrio, el control motor, el funcionamiento ocular, la coordinación… e influir también en el comportamiento y provocar frustración, hiperactividad e hipersensibilidad…
“Existe un vínculo entre el movimiento temprano y el desarrollo y aprendizaje de los niños”, afirma Susana Mezquida, neuropedagoga expecializada en neurodesarrollo. “Un programa neuromotor para escuelas, como el que llevamos a cabo en la consulta cuando ya aparecen los síntomas y el fracaso escolar, ayudaría a todos los niños a hacer esos movimientos que deberían haber tenido la oportunidad de hacer cuando eran bebés y, de esta manera, estar realmente listos para comenzar a aprender y hacer los progresos que deben hacer cuando comienzan la escuela”.
“Algunos síntomas de la inmadurez neuromotora”, añade Susana Mezquida, “son: poco equilibrio y coordinación, mucho movimiento, falta de habilidades de motricidad fina, mala letra, están mucho en su mundo, tienen hipersensibilidad a todo, falta de atención sostenida y selectiva, poco control de esfínteres, explosiones emocionales”.
Por eso es necesario que los niños desde bebés dispongan de espacio para el movimiento y puedan ir superando estos hitos de desarrollo.
“El gateo y el desarrollo intelectual, emocional y motor, van de la mano”, comenta Susana, “gateando se realiza lo que llamamos el patrón cruzado, se establecen conexiones interhemisféricas, es decir, utilizar una mano y pierna contraria y eso fomenta que madure el cableado cerebral entre los dos hemisferios. Lo que permite más adelante que un lado y otro del cuerpo funcionen con total fluidez y el aprendizaje de la lecto-escritura no suponga un problema”.
Lo cierto es que el actual estilo de vida ha llevado a un sedentarismo cada vez mayor, empezando por los bebés.
Según Sally Goddard, experta en desarrollo neuro-fisiológico y codirectora del “Institute for Neuro-Physiological Psychology” INPP, de Inglaterra, “el creciente sedentarismo en los estilos de vida de los niños pequeños está llegando a niveles sin precedentes. Gran número de estudios muestran que los primeros años son una ventana de oportunidades cruciales, durante los cuales el cerebro se prepara para el aprendizaje a través de la ejercitación del cuerpo y los sentidos. Aun así los niños hoy en día tienen menos oportunidades de movimiento en su vida diaria que ninguna generación previa”.
El hecho es que las investigaciones demuestran que aprendizaje, lenguaje y comportamiento, están ligados a la función del sistema motor y el control del movimiento. Y si en la infancia no se desarrollan estas habilidades motoras, pueden verse afectados negativamente muchos otros aspectos del aprendizaje, incluso aunque el niño tenga inteligencia por encima de la media.
La Universidad de Loughborough, en Reino Unido, ha realizado varios estudios al respecto. Recientemente, la doctora Rebecca Duncombe, concluía en que “un número preocupante de niños de 4 años (casi un tercio) no está físicamente listo para comenzar la escuela y la falta de capacidad física demostró que los niños no son tan activos como deberían ser en el comienzo de sus vidas”.
En este estudio se llevó a cabo un programa de movimiento diario con una parte de los niños para mejorar las habilidades motoras y desarrollar reflejos primitivos. Después de él, los investigadores encontraron que la mayoría de los niños habían experimentado extraordinarias mejoras físicas y académicas. Sin embargo, los niños que no recibieron aportes adicionales durante el año escolar no mostraron mejoras en su estado de reflejos.
La presencia de inmadurez neuromotora y reflejos primitivos en niños en edad escolar se ha asociado con bajo rendimiento en términos de lectura, escritura y matemáticas, y se ha relacionado con condiciones como la dislexia, el trastorno del desarrollo de la coordinación y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Es necesario que las instituciones sanitarias, educativas y sociales colaboren para proporcionar programas de información y formación así como una mayor dotación para la prevenir, detectar diagnosticar y dar respuesta temprana.
Marta Gandarillass (revista Botiquin Natural)
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